Nunca habrá hombre al que le dé lo que le dí a él, el deseo en los asientos del coche, las escapadas de clase para vernos mientras calificaba examenes, sus manos jugando debajo de mi falda del uniforme de cuadros rojos, esa magia de sus dedos que pasaban tan de pronto debajo de la blusa hasta humedecer el rincón más oscuro de mi cuerpo.
Empezó todo como un juego, con un beso arrebatado, éramos dos niños: yo a mis 16 y él sus 30 recién cumplidos, teníamos la edad adecuada: él la experiencia y yo el misterio, la inocencia.
Poco a poco fui cayendo en su juego, con sus palabras, con su sonrisa, con su mirada; no supe el instante en el que me atrapó con un beso en su coche, nunca olvidaré aquella noche. Después en mi casa, me traía de la escuela y mi papá llegaba tarde de trabajar, su esposa estaba en la escuela con sus hijos, ahí en la sala de estar de mi casa fue su segunda vez.
Luego se volvieron más seguidas las visitas, más cercanos los momentos, más deseosos nuestros cuerpos, hasta que un día llegamos de la cocina a mi cuarto y me detuve frente a la cama, ahí nos detuvimos los dos.
La vez que regresé fue la prmera y pasamos de los labios a las manos y de ellas a la ropa en el piso, y sentia su lengua explorando todos los rincones de mi cuerpo, y bajaba de mis pechos por mi ombligo hasta llegar por debajo de mi cadera y quedarse entretenido entre mis piernas, el primer sabor extraño.
Comenzó a llamarme güerita, y yo lo dejé sin apodo, era el hombre que me despertaba el sábado en la mañana cuando no había nadie en casa, y aún dormida me dejaba recostarme y él era el que me quitaba mis pijamas, etre risas y sexo, o me cargaba cuando lo abrazaba con mis piernas en el sillón azul de mi sala.
Unas visitas eran rápidas, otras no tanto. Mi madre empezó a sospechar hasta después del año y medio que ya nos conocíamos placeres, gustos, olores, sabores, con alcohol encima, con aliento fresco, recién salida de bañar, sudado llegando de ensayar, con olor a madrugada, recién desayunada; fue aquella vez antes de mi clase de francés, él ya se había divorciado y no había tanto problema, el cuartito en el que se mudó a vivir delimitaba su privacidad, el problema fue mi presencia cuando se echó su loción, ésa que me excitaba cuando la sentía por los pasillos de la escuela, para el sucedía lo mismo cuando se despedía de mí y me abrazaba fuerte frente a la sala de maestros, y susurraba ésas palabras a mi oído.
Ojos claros, labios rosas. La distancia apagó el fuego, no antes de cumplir mi último deseo: una noche.
Mi mamá etaba de viaje visitando a mi papá y yo tenía el lunes libre de clase. Llegó a las 10 y no esperamos para ir a mi cuarto, me quité los lentes y el los suyos, y comenzó nuestro juego. Y por primera vez me esperó, y pudimos disfrutarnos casi dos horas, a pesar de su yeso; el sudor derretía nuestros cuerpos y el reloj no se detuvo hast que un grito al unísono de nuestras voces paró a nuestros cuerpos. Un baño, su yeso fuera y mi mano en el jabón por su cuerpo, un plato de cereal, una noche frustrada: hundidos los dos en el intento de sueño a pesar de su dolor corporal. La alarma sonó a las 5am, las ganas de un ratito más, las ganas de nuestros cuerpos desnudos una última vez más, sus manos bajo mi ropa interior, un beso de despedida: "no sospechará nada ? Nah, le diré que estuve ensayando".
De pronto la ausencia, rumores en el colegio "maestros de secundaria, cuídense de las chavas de prepa", de nuevo viajó mi madre, la hice e chofer un jueves por la noche, nos quedamos platicando hasta las tres; no hubo sexo ni sudor, solo charla. Y después de eso ya no fui más su lolita, ni él mi placer.
Dije adiós a los ojos verdes tras las gafas, la barba de candado y mi noche antes de mi luna de miel en Grecia con él. Y nos dijimos adiós.
Nunca habrá nadie como él, ni aquél lobo que haciéndome pasar por caperucita se hizo pasar él por debajo de mis piernas...ningún hombre será como aquél con el que el placer nació y la pasión se volvió el deseo prohibido de ser descubiertos, tal vez una demanda y a él el titulo de pederasta.
Aunque los dos estuvimos de acuerdo, desde los 16 hasta antes de los 18, nuestros deseos se dejaron volver placer; llegando la mayoría de edad ya nada estaba prohibido, y ahí se perdió el interés.
Hasta nunca Paul McCartney
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