miércoles, mayo 13, 2009

Página 23

"...y entonces se encontró ante un tesoro ajeno, databa de una época distante. Comenzó a vivir aventuras a través de los ojos del otro, mientras dormía, éste invirtió tiempo y mente para creerse el de las botas cafés con camisa de cuadros rojos y manga larga de franela que subía una rodilla conquistando la roca a sus pies.
Dormía profundamente por lo que no se dió cuenta de que lograba vivir todas las aventuras que no le correspondían; era el del cabello rubio lacio que comía pastel de cumpleaños, el bebé en brazos de la abuela (falleció el año pasado), la mano que aparecía en la fotografía de sólo adultos, el adolescente con lentes de pasta gruesa que se dejaba ver ante un incio de la vida.

Si se vivieran los recuerdos como hojas en blanco, dejándose volar como aves aladas (de mar, saladas), sería tan fácil entrar simplemente en la vida de alguien más y robarle los recuerdos para hacerlos propios.

Nacer en un país frío, saber surfear, tener un padre carpintero, un padrastro escritor, un tio pintor, un maestro de piano, una cocinera de la segunda guerra mundia, la hermana de una actriz hermosa, enamorarte del hermano menor de tu maestro, el maestro que se enamoró de ti, los juguetes que no te dieron de niño y con los que siempre soñaste. Le pareció tan fácil hacerse de la vida del otro, dejarlo callado, durmiendo, mientras éste devoraba hoja a hoja memorias y recuerdos que no encajaban en sus experiencias vividas; bastaba con un parpadeo para dejarse ver en el podium, con la medalla de plata al cuello, en un deporte que aún no conocía (pretendía); desconociendo un platillo familiar que no era acorde al que le dictaban estos nuevos brazos que ahora se hacían suyos.
Tomó la chamarra verde militar, él aún dormía, cambió sus viejos vaqueros por unos acampanados café oscuro, dejó los lentes oscuros sobre la mesa y tomó (en su lugar) aquellos de pasta gruesa, ya viejos, que guardaban tantos momentos vistos. Faltaba un toque final, el reloj, él no podría darse cuenta, seguía durmiendo; sería simple, suficiente con halarlo de su mano y ponerlo en la propia."

Página 24 (ya no es parte de esta historia)